Durante la cena, los jóvenes estuvimos muy callados, ocupados solamente en las sencillas tareas de transportar y deglutir nuestra comida, a su vez cortando con maestría cualquier posibilidad de participar en la conversación sostenida por los “adultos”.
Por supuesto yo estaba al tanto de todo lo que se decía, buscando captar toda la información relacionada con Alejandro De Los Ríos que pudiera retener.
Es obvio que tampoco perdería oportunidad de observarlo más detenidamente, pero me resultó casi imposible hacerlo.
Estoy entrenada para mirar por el rabillo del ojo, así que cuando me daba cuenta de que estaba mirando a su plato o a nuestros padres, me atrevía a observarlo directamente, sólo entornando las pupilas, pero él parecía ser sensible a esto e invariablemente enfrentaba su vista contra mi mirada y yo no podía hacer otra cosa más que revolear los ojos para cualquier otra parte sintiendo vergüenza e incluso culpa.
En un momento dado, la Señora De Los Ríos dijo:
-Y vos…- me miraba a mí.
-Anahí- murmuró mi papá rápidamente.
-…Anahí, ¿tenés novio… algo?-
Sentí que la mujer había hecho un gran esfuerzo para fingir que no sentía ni la más mínima pizca de pudor, que la pregunta era perfectamente natural.
Yo, que había seguido muy bien la conversación hasta ahí, no podía entender que tenía que ver el hecho de que yo estuviera saliendo con alguien o no, con la falta de presupuesto para las escuelas los hospitales y todo eso.
-No- solté, tímidamente.
“Que raro, nadie pareció notar lo desubicado de esa pregunta” me dije yo secretamente. No sólo eso, recuerdo que incluso dejaron de comer; como si hubieran estado esperando ese momento.
Todos, excepto Alejandro. Él parecía indiferente al mundo más allá de su plato de ñoquis.