Ella pasaba siempre con los ojos subidos. Nadie pensó nunca
en qué cosas traería en la mente, ni se las puso a imaginar. Ella siempre
solitaria contemplaba nimiedades como hojas, como si fueran maravillosamente
extrañas. Y caminaba sola. Nadie la veía; cuando al recreo salía le gustaba ir
como un zombi; en el mar y los ríos sociales, a contracorriente. Nadie la tenía
amarrada a la soledad. Ella la prefería. Y prefería ir bajo los lapachos a
mirar las flores en el piso y arriba, y en el cielo y en el piso. Prefería bajo
los lapachos canturrear cuando la gente estaba lejos. Nunca nadie se enteró de
eso. Ella se daba cuenta de que no era normal. Pero también se daba cuenta de
que nadie se daba cuenta. Y era libre de estar donde quisiera, y de hacer lo
que quisiera, en los recreos. Aun dentro del aula. No necesitaba de ellos.
Ellos nunca la veían realmente; eran completamente accesorios e irrelevantes.
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