Miré detenidamente. Me detuve a mirar más detenidamente que de costumbre; miraba esa nube amarilla crema. Una muy grandota que me recordaba a los helados, esos de sabor a vainilla que comprábamos en la heladería del centro. Los helados más ricos. Los más caros (¡!), nunca me dejan comprar dos, siempre me toca compartir con Lola.
Pero la nube no la tengo que compartir con ella. Pensé en ponerle una cuerdita, y atarla a la cama, así no se escapa. Va a ser como un globo, o una cometa súper extra gigante. Voy a desfilar con ella por las calles en los días soleados.
Durante las tormentas la voy a esconder en medio de las montañas para que no se asuste, ni se moje. ¡Y definitivamente no la presto! Frunciré todos los ceños que deba, pucherearé hasta el cansancio, pero no la presto… sobre todo a Lola. Ella siempre quiere lo que tengo yo.
El pasto verde está bien cómodo, suavecito, acolchonado. Un poco húmedo. El pasto de la placita es la cama perfecta para mirar el cielo y controlar que esa nube amarillo crema no se me escape. La veo moverse despacito, la veo indecisa mientras el viento la lleva a dar vueltas. De a ratitos el mismo viento le hace agujeritos, pero no duran mucho, se parcha con otras nubes o quizás encuentra partecitas de ella misma y se reacomoda. ¿Cómo será ser nube? ¿No tener cuerpo y vivir eternamente en el cielo?
Cuando vuelva a casa le voy a preguntar a José que sabe mucho, mucho, de todo, porque fue a la universidad (dice mi mamá) si las nubes son eternas. ¿Y si se mueren a dónde van?
Y al final de cuentas siempre cambian de forma ¿Por qué? ¿Será que se van gastando como las gomas de borrar? Y si es así,… ¿Las nubes se mueven o se desgastan?
Uff, hora de la leche. Voy a tomar el té al lado de la ventana y a buscar una cuerda. Definitivamente es mejor tener una nube que una cometa… ahora tengo que pensar como le ato la cuerdita.
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