domingo, 25 de julio de 2010

En la última semana su semblante había cambiado, la palidez se extendía rápidamente por su rostro y aprisionaba las sonrisas que a veces escapaban y se extendían placenteramente.

Ya era domingo y la somnolencia lo hacía soñar despierto, soñaba con no volver, con ser feliz, con decidir sobre su vida... pero cuando despertaba, miraba el reloj, y entendía que faltaba incluso menos que antes, para retomar la rutina, para volver al vacío, menos para sentirse nuevamente prisionero de la libertad que le habían dicho que tenía.

Los grilletes no los podía ver, pero los sentía... siente como le oprimen el pecho y el peso en su espalda. Siente como en ocasiones lo asfixia...pero sobre todo siente y vive diariamente la condena de sufrirlos.

Ya la pequeña mesa está abarrotada de obras que nunca serán expuestas, de obras que significaron el nacimiento y la muerte de otro sueño más.¿Qué hacer con tantos pedazos de si mismo esparcidos entre los óleos? Quiere vivir, pero no sabe como... quiere disfrutar, pero cotidianamente la realidad le pone trabas que siente no puede superar.

El corazón late, sus pulmones se llenan de aire... sus ojos se nublan ante la inesperada presencia de unas lágrimas que rápidamente reprime..."los hombres no lloran"... se acongoja, pero no es de hombres abandonar.

Se levanta de la cama y saca de un bolsillo una pastilla que traga con la ayuda de un poco de agua. Se da vuelta y retoma el camino a la cama, son solo un par de pasos que se sienten eternos y sumamente difíciles. Antes de acostarse mira los pinceles que descansan junto a la caja de óleos, descansan de él, como el descansa del ingratificante trabajo.

Falta todavía menos que antes... mañana hay que volver, porque todavía los sueños tienen precio y hay que pagarlo.