domingo, 9 de noviembre de 2008

EL SUICIDIO IDEAL

Se cambió y guardó sus cosas. No sabía qué dejar; todo era importante.
Cómo duele el corazón cuando se rompe y no se llora.
Metió cosas al azar en una especie de bolso. Pensaba esa escapatoria como el final de los problemas. Entendió que el problema era ella y que jamás escaparía. Cambió de idea.
"¡Qué frío está aquí!"
¡Qué fácil es ser feliz! Tan fácil como soñar.
Corrió las cortinas y contempló la ciudad, las nubes y el horizonte. No vió una estrella y esto fue una señal a su alma.
Un lejano tiempo la había visto correr riendo para todos lados, saltando, gritando... Un tiempo que no se repetiría, ni proyectaría.
Tan fácil como volar, tan fácil como partir...
Su última plegaria a Dios fue por más valor y por favores a quienes dejaba.
Inspirada, tomó una sábana. Tapó su cara con una cuellera y abrió la ventana a tientas.
Los aires entraban; su corazón sangraba dolor, odio, oscuridad, veneno mortal.
Sentada en el alféizar, agarrando con las manos la tela, inclinó su cuerpo hasta que la gravedad se la llevó.
En picada, visualizó posibilidades que abandonaba, gente que amaba, recuerdos de amor y felicidad, bajo un sauce, en las piedras...
Sus últimos segundos fueron de paz profunda, separó su alma del cuerpo y flotó infinitamente; bebió la luz, corrió por siempre, cantó sin cansancio y sin sentido, soñó sin parar, lloró de alegría por primera vez, tocó los cielos sin ser ella misma, voló sin alas, sonrió sin esperanza, vivió sin vida.